Una Visita a la Reserva Especial de Niassa

Uno de los pocos lugares de Africa en donde conviven humanos y megafauna

Mark Aguirre

La Reserva Especial de Niassa bosque de Miombo

Lichinga está a 1500 metros y mientras descendíamos hacia la llanura veiamos colinas misteriosas entre la bruma y las tinieblas de las primeras luces.  La lluvia había pintado de diversos verdes el paisaje. Plantas envigorizadas amenazaban la carretera. Cuando acabamos nuestro descenso encaramos dudosos un puente sobre el rio Lugenda. La carretera parecía extraviarse como sí el puente hubiese sido capaz de caminar por si solo. Milagrosamente su estructura había sobrevivido. Era antes de Malila donde una placa señalaba la tumba de Abibi Achiranjila. Estabamos atravesando lo que había sido un área de refugio para esclavos.

Mecula, a donde nos dirigíamos, está en el corazón de la Reserva Especial de Niassa. Un territorio de la extensión de Holanda en la frontera con Tanzania. Puede ser uno de los lugares más difíciles de llegar en el norte de Mozambique sobre todo en época de lluvias cuando los caminos se hacen intratables.

La Reserva no es un paraiso vírgen, desconocido, inhabitado,  es un territorio sin mucha población, relativamente poco afectado por alteraciones humanas en el paisaje, donde la población no ha sido expulsada como ocurre en otros parques en Africa. https://www.nationalgeographic.com/premium/article/niassa-reserve-mozambique-conservation-success Los portugueses que estaban explotando plantaciones agricolas en Niassa la preservaron como un lugar de caza de trofeo para sus colonos y visitantes ricos. 

En 1999 el gobierno mozambicano declaró la reserva Area Nacional Protegida con una filosofía de preservar la naturaleza. Esta zona de Niassa era a principio del siglo XXI la segunda área más poblada de elefantes en Africa. Prohibió la caza a las comunidades pero dejó la de trofeo. Lo hizo como una manera de financiar la reserva y dar empleo a sus habitantes. Ahora comunidades de campesinos comparten el territorio con elefantes, hipopótamos, leones, Mabecos (Wilddogs), algo cada vez más extraño en Africa por la expansión de la población humana.

En Maputo antes de volar a Lichinga había oido a Paulina Chiziane, la primera escritora africana en ganar el Premio Camoës de literatura, cuestionar enfadada a una mujer blanca que decía en un acto oficial que Europa había sido píonera en la lucha por los derechos humanos, como si estuviera dando lecciones a los africanos. Paulina Chiziane había contado como Abibi Achiranjila, cuya tumba habíamos visto a un lado de la carretera,  había luchado contra la esclavitud mientras los europeos la imponían en Africa. Abibi Achiranjila se había llegado a divorciar de un rey local que traficaba esclavos con europeos y árabes  estableciendo una zona segura para los que lograban liberarse de las cadenas. ¿Quiénes había sido pioneros en la lucha por los derechos humanos los africanos que luchaban contra la esclavitud o los europeos que la ejercían? preguntaba. 

Daba la casualidad que Jacinto Kufo, un hombre jóven de grandes conocimientos que descendía el mismo de esclavos, conducía el todo terreno en que viajabamos. Su bisabuelo había sido traficado por portugueses en 1940, no hay errores tipográficos en la fecha.  Jacinto es de Quilemane la capital de Zambezia desde donde salió el barco esclavista pero desde hace varios años vive en Lichinga a donde había emigrado en busca de oportunidades. Su abuela acababa de nacer cuando el padre de ella fue embarcado a la fuerza por los portugueses para trabajar en las plantaciones de azucar de Cabo Verde, nunca más volvió. “Lo sacaron en el último barco esclavista que hubo en Mozambique”, decía. Nunca más supieron de él. Cuenta que un tío suyo diplomático de carrera viajo a Cabo Verde pero no pudo encontrar ninguna pista de él. Jacinto estudió magisterio pero el sueldo es insuficiente y tiene varios empleos.

Ese día el mercado de Marupa estaba cerrado, era un día festivo, por suerte no ocurría lo mismo con la gasolinera. En la Reserva no hay donde abastececerse. Llenamos el depósito y dos contenedores de 25 litros. A la salida de Marupa cambiamos de dirección. Habíamos viajado hacia el este, hacia Cabo Delgado, tomamos rumbo hacia el norte, hacia Tanzania. Pronto desapareció el asfalto. Nos había costado 4 horas llegar a Marupa pero a pesar de que a Mecula había 128 kilómetros, la mitad que a Lichinga, un conductor a quien Jacinto Kumo preguntó sobre el estado del camino, nos dijo que esperasemos hacer lo mismo, “al menos cuatro horas más” .

Entrada a la Reserva Especial de Niassa distrito de Mecula

Ya en la pista que va a Tanzania, antes de entrar a la reserva volvimos a cruzar el Lugenda. Esta vez había un grupo de hipopótamos tomando el sol bajo el puente. Un cráneo de un bufalo puesto sobre el poste de una valla marcaba la entrada. Estabamos a 70 kilómetros de Mecula. Los guardias forestales nos pararon antes de levantar la barrera. Nos preguntaron a donde ibamos, revisaron nuestro equipaje, y pidieron los permisos para pernoctar en Mecula. No esta permitido hacerlo en las comunidades de la reserva sin permiso. Temen a los cazadores furtivos.

Lo peor era atravesar los pequeños riachuelos que  deformaban el firme de la pista. Gracias a lo cinturones no golpeabamos el techo con nuestras cabezas. Sin un 4×4 en buen estado nunca hubiesemos llegado. El territorio de la Reserva esta lleno de agua sobre todo en la época de lluvias. Lo forma los afluentes de la cuenca sur del Rovuma, el Río que separa a Mozambique de Tanzania. En los ríos, pescadores yao pasan semanas en campamentos pescando nyingu y campango sobre todo en el Lugeda o Rovuma. LLegan a los campamentos con sus canoas y redes  a veces en bicicletas. El pescado lo venden en Tanzania y Cabo Delgado. Los yao cultivan para la subsistencia y recolectan miel de una forma ancestral, se comunican con pajaros que les guían a las colmenas https://www.nytimes.com/2016/07/23/science/birds-bees-honeyguides-africa.html?searchResultPosition=1  Producir miel se ha convertido en la principal actividad de las comunidades. También eran conocidos porque comerciaban con esclavos y marfil.

Cabezera distrito de Mecula

Mecula estaba protegido por un inmenso iceberg de granito como los que hay en el norte de Mozambique. Había unas decenas de casas esparcidas algunas de ellas construidas en piedra. Habíamos querido subir a la poderosa montaña de roca pero estaba prohibido. Era uno de los lugares sagrados de los Yao todavía en uso para sus ritos  y querían protegerlo. Hay pinturas rupestres que pueden tener decenas de miles de años. Pero los locales decían que la prohibición se debía a que hay diamantes y otras piedras preciosas. La llegada de mineros sería catastrófica para la Reserva.

El lugar precario donde nos alojabamos tenía electricidad y mosquiteros, la Reserva es una zona de malaria, pero no agua corriente. También tenía donde dejar ¨nuestro¨ Toyota, lo que calmó a Jacinto Kufo. De cualquier forma no puede describirse como confortable o acogedor, El dueño era un bangladeshi qué quien sabe como había llegado a Mecula, pero le habían ido bien las cosas. Había hecho dinero exportanto gongoli una planta con la que  producen un aceite valioso usado para procesar el cacao. Nos aconsejó que fueramos a la pista de aterrizaje “Puede que vean elefantes”, dijo. En la reserva hay 11 pistas donde llegan avionetas.

Había también un pequeño bar en donde daban comidas y podías tomar cerverza. Lo habían abierto hacía poco. Mecula fue fundada por los portugueses para albergar a las autoridades coloniales pero desde la independencia han instalado un centro de salud y una escuela convirtiéndose en el centro del distrito. El FRELIMO se aprovechó de su cercanía a Tanzania para organizar varios ataques contra las autoridades coloniales. Según el gobernador del distrito con quien hablamos, siguen siendo del FRELIMO,  lo que faltaba en Mecula “era población, proyectos productivos y servicios básicos”. Estas carencias, decía, alimentaba a los cazadores furtivos. “Buscaban un ingreso que no tenían”.

Mecula es el distrito con mayor extensión y menor densidad de Niassa y uno de los mas pobres. En toda la Reserva  hay 40 mil habitantes pero a pesar de ello hay tan pocas oportunidades económicas que si las cosechas van mal y no se recolecta suficiente miel y pescado falta comida. “La población necesita ser convencida de las ventajas de vivir en una Reserva”, decía el gobernador nacido en Beira.

Tres vistas del Rio Lugenda corazón de la Reserva Especial de Niassa

Al día siguiente en la sede de la Reserva nos esperaba Nilton. No está en Mecula sino en Mariri a unos 40 kilómetros (hora y media) en la dirección que habíamos venido el día anterior. Era una zona boscosa protegida por las laderas de una colina. Desde su cima veías el inmenso iceberg de granito de Mecula. Parecía una isla sobre un mar forestal de Miombos, un bosque endémico de esta zona de Africa donde el trópico va perdiendo fuerza y los árboles altura. Nilton aunque está a cargo de la Reserva no es un funcionario del gobierno. Trabaja para Wildlife Conservation Society (WSC) la ONG que administra la Reserva. Un helicóptero estaba aparcado al lado de una pista de aterrizaje. 

Nilton estaba más cerca de un activista que quiere proteger a los animales y su bosque que de un burocrata. Decía que su primera preocupación era acabar con los cazadores furtivos de elefantes y después mantener la Reserva libre de mineros y madereros. En los últimos años la reserva ha tenido otra amenaza las guerrillas de Cabo Delgado que de tanto en tanto vienen a refugiarse.

En el camino habíamos parado en Lishengwe, una comunidad macua instalada a ámbos lados de la pista. Nos había llamado la atención que algunas de sus chozas tradicionales tenían lonas de plàstico como las que da el ACNUR a refugiados. Resultaba que la insurgencia de Cabo Delgado había atacado Mecula. Eso explicaba la presencia de un pequeño destacamento de soldados que habíamos visto detras de unos sacos de arena a la salida.

Mujeres de la comunidad de Lishengwe. Había sufrido los ataques de la guerrilla de Cabo Delgado
Mujeres camjnan hacia la machamba

En Lishengwe un grupo de hombres charlaba debajo de un toldo improvisado alargando el techo de una de las chozas .’Estuvieron (los insurgentes) dos meses en la zona. Fueron dos meses de pesadilla. Quemaron viviendas, mataron a varios vecinos. Iban y venían desde el Lugenda a Mecula hasta que regresaron a Cabo Delgado. Era mucho peor que cuando vienen los leones o elefantes” decía uno de los hombres.

La pobreza era tal que para asustar a los animales que frecuentemente merodean las chozas y las machambas (los campos que cultivan) usaban como campana lo que quedaba de la cabezera de una cama. No sé de donde la habían sacado. Estaba colocada en una de las chozas apoyada en el exterior de una de las paredes. Les bastaba con sacar la mano y golpearla con un badajo improvisado hasta que los animales asustados o cansados de oir el ruido se marchaban. En tiempo de cosecha las mujeres dormían donde las machambas para ahuyentar a los elefantes y monos babuinos y salvar las cosechas. La mayoría de las comunidades construyen defensas para protegerlas. En Mecula nos habían dicho en el centro de salud que los casos que más atienden están relacionados con encuentros casuales de personas con animales, desde elefantes a cobras, generalmente en las machambas o en el camino a las mismas. Atendían más casos que de malaria o enfermedades infecciosas. 

El helicoptero de la pista era de gran ayuda para combatir a los cazadores furtivos. La Reserva vivió una verdadera hecatombe en los primeros años del siglo XXI. Los elefantes que entonces se movían en grandes manadas por la Reserva sufrieron un ataque atroz por los cazadores furtivos a pesar de que la caza esta penada con la cárcel. En el año 2000 había 70 mil elefantes. En 2016 se había reducido su número a 20-24 mil. En la actualidad no superan los 5 mil, (es posible que muchos hayan huído a Tanzania) pero Nilton era optimista porque ve cierta recuperación en las manadas y hay condiciones, tienen comida suficiente, para que la población aumente de nuevo si se acaba con los cazadores furtivos.  La extensión de la Reserva es enorme y hay corredores que la comunican con los parques de Tanzania y las Qirimbas en Cabo Delgado. Los matan no por la carne apreciada en las comunidades sino sobre todo por el marfil muy demandado en mercados internacionales. Lo mismo ocurre con los leones que los envenenan para cortarles en pedazos y usarlos en rituales ó medicinas, no solo en Africa también afuera. En Asia parece que hay una gran demanda. Nilton estaba trabajando en la manera de que los habitantes de la reserva encuentren una actividad productiva lo suficientemente rentable para no verse tentados a expoliar los bosques de miombo, o participar en la caza furtiva.

Nilton Cuna en el campamento central de la Reserva Especial de Niassa
El río Lugenda desde el campamento de caza
La Reserva Especial de Niassa desde la roca de granito que protege el campamento de caza en el Lugenda

No había amanecido cuando dejamos definitivamente Mecula. Todavía el único transporte público a Marupa no habìa salido. Se trataba de un camión de carga que iba recogiendo viajeros para regresar en la tarde cuando acababa el mercado. Los pasajeros se sentaban como podían en el suelo junto a los sacos o bidones que llevaban. Cuando ya no había sitio se levantaban y bajaban de píe. Mujeres en parejas o en grupos de tres caminaban a un lado de la pista. Algunas con fardos en la cabeza otras con azadas. El campo de caza que queríamos visitar estaba a 23 kilómetros río abajo a orillas del río Lugenda. El Lugenda aqui es muy ancho y no muy profundo. En el puente volvimos a ver a los hipopótamos que habíamos visto días antes.

Si la pista a Marupa estaba en malas condiciones peor estaba el camino al campo que seguía paralelo al río entre arbustos, matorrales  y rastrojos. Al final pudimos tomar una pista de tierra en buen estado que atravesaba un bosque de miombo. El campo como ocurría  en Mecula estaba protegido por una de esas imponentes rocas de granito. Un hombre blanco estaba esperando en la pista de aterrizaje la llegada de una avioneta para viajar a Pemba. Era el dueño del campo. Era de Zimbawe y había sido él quien lo había abierto hacía 20 años. Lo había hecho más por apego a una vida en la naturaleza que por negocio  Tenía que arreglar unos papeles con las autoridades para renovar el permiso de explotación del suelo que ocupaba el campo y el territorio donde podían cazar sus clíentes. Dice que colabora con Nilton en la preservación de animales y la lucha contra los furtivos. Dio instrucciones a uno de sus empleados para que nos enseñara como lo hacían. Poco después una  avioneta paso rasante.  Advertía a varios  impalas  y babuinos que pastaban que salieran de la pista de aterrizaje. La avioneta pudo aterrizar en la segunda pasada. Parece que la avioneta es la manera habitual de llegar al campo. Vuelan desde Pemba o Lichinga. La mejor opción es Pemba a donde llegan líneas regulares  en vuelos directos desde  Johanesburg. El precio del viaje desde Pemba en avioneta es de 3000 dólares, caben 4 pasajeros. Los clientes suelen ser cazadores que llegan para cazar leones o un leopardos. 

Centro de seguimiento de la megafauna para defenderla de los cazadores furtivos

Un hombre jóven monitoreaba una pantalla de un ordenador. A Muchos de los animales se les ha colocado chips que señalan vía satelite su posición, sí detectaba algo anormal llamaba por radio a los rangers de Marari para que se dirigieran a la zona en su helicoptero. También detectaba donde estaban las piezas autorizadas a cazar por los huespedes del campamento. Acababan de hacer un censo de depredadores, las cosas no estaban tan mal. Había casí mil leones, el conteo de los leopardos no habían acabado pero había varios miles y habían encontrado 450 mabecos, el mayor número en los parques de Mozambique. Nos enseñó en el monitor donde estaban las grandes manadas de elefantes. No las veríamos en esta ocasión. Estaban lejos del campo incluso algunos grupos habían salido de la Reserva. La época de lluvias acababa de terminar y no necesitan acercarse al Lugenda para beber agua. 

El comedor del campo estaba a la orilla del río. Habían colocado sacos de protección porque las ríadas se habían llevado cinco metros de tierra. Era la primera vez que ocurría en 20 años, La montaña sagrada de Mecula se veía a lo lejos. Gift el manager del campo era de Manica una provincia mozambicana frontera con Zimbawe. Tenía a su familia en Lichinga. Venía cuando acababa la época de lluvias y se iba cuando comenzaba. “Los clientes que tenemos son cazadores la mayoría ricos porque la caza es cara”, decía. 

El último año un principe saudí, no quiso dar el nombre, había rentado todo el campo para él y sus invitados durante tres semanas. Suele venir cada año y va cambiando de campamento. Tres semanas es el tiempo que se requiere para  cazar un león. El precio 70 mil dólares. Un leopardo dos semanas y cuesta 16 mil dólares. La mayoría de los clientes son de Estados Unidos. Gifrt defendía que se permitiera la caza controlada en la Reserva porque es un medio de mantenerla económicamente y crear empleos para las comunidades reduciendo la caza furtiva descontrolada. “La caza controlada es un buen metodo para  no evitar la extinción d de la megafauna”, decía

Impalas moviendose en las praderas de los miombos
Baduinos saliendo de la pista de aterrizaje en el campamento de caza
Bosques de Miombo vistos desde la roca gris en el campamento de caza
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