Epilogo EL NACIMIENTO DE UNA ESPECIE

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Hace dos años en este mes la Biblíoteca Buridán publicó el libro EL NACIMIENTO DE UNA ESPECIE, Un viaje a África en busca del origen de la vida humana. Para recordarlo reproducimos su epilogo. 

Epilogo

I

En octubre de 1994, Klaus Schmidt, un arqueólogo del DAI (Instituto Arqueológico Alemán), fallecido en el año 2014, encontró restos arqueológicos en un montículo, Göbekli Tepe, en las cercanías de la ciudad de Şanhurfa en el sur de Turquía. Los arqueólogos que lo excavaron encontraron fragmentos de grandes bloques de piedra caliza con animales grabados en los mismos: gacelas, serpientes, zorros, escorpiones, jabalíes, leones… Los bloques monolíticos tenían forma de T y resultaron ser pilares enormes de una construcción concéntrica de círculos. Cuatro círculos de piedra, hechos cada uno con docenas de pilares megalíticos, con dos grandes pilares en el centro. Los arqueólogos se llevaron una sorpresa cuando supieron que el santuario había empezado a ser construido hacía 11.600 años, una fecha anterior a la invención de la agricultura. Se trataba de la primera construcción monumental hecha por una especie humana y había sido de carácter religioso. La fecha sorprendió a los arqueólogos porque cuando se construyó, los hombres modernos eran todavía cazadores recolectores viviendo en pequeños grupos moviéndose en busca de recursos. Una época también en la cual los San estaban grabando animales en piedras como parte de sus ceremonias religiosas y lo mismo hacían otros grupos de cazadores-recolectores. En Azerbayan no lejos de Anatolia grupos de cazadores recolectores se reunían para celebrar sus ritos en la montaña de Boyukdach en Gobustan una provincia a orillas del mar Caspio y lo mismo ocurría en otros lugares. Los grupos pioneros del sur de Turquía que empezaban a asentarse tenían una mitología propia como muestra los animales grabados. Eran símbolos que sólo los grupos que compartían el culto entendían. El planeta estaba separado en diferentes ecosistemas con sus propias plantas y animales que separaban a los grupos de cazadores recolectores apareciendo lenguas, ideas y religiones diferentes. Pero la experiencia individual religiosa tenía que ser la misma porque el resultado es similar. Tenían los mismos cerebros de su especie. Llama la atención que europeos, aborígenes australianos y africanos estuvieran haciendo ritos religiosos y arte en las superficies de las rocas al mismo tiempo sin tener contacto entre ellos.

Cuando Klaus Schmidt presentó su descubrimiento en el año 2000, explicó que el templo había sido construido por grupos de cazadores-recolectores que peregrinaban periódicamente desde un área de 150 kilómetros a la redonda para celebrar rituales asociados con fuerzas espirituales representadas en los animales grabados en los pilares. Estos grupos distantes habían establecido una comunidad basada en un culto compartido. No resulta difícil asociarlo con las concentraciones que tenían lugar en Twyfelfontein muchos miles de kilómetros al sur en otro continente. Estos grupos tuvieron que sacar ventajas como obtenían los San durante sus concentraciones. El descubrimiento de Göbekli Tepe trituraba el pensamiento tradicional que asociaba la construcción de templos y el nacimiento de la religión con sociedades agrarias sedentarias. Göbekli Tepe mostraba que los santuarios y la religión había nacido antes que las ciudades, los sacerdotes y la agricultura.

Los arqueólogos llegaron a esta conclusión porque no encontraron estructuras de viviendas ni tampoco rastros de cultivos, o plantas domesticadas y las fuentes de agua estaban alejadas. Están seguros que se trata de un santuario aislado en la cima de una montaña. Tuvieron que ser pequeños grupos de cazadores recolectores quienes lo construyeron y visitaron periódicamente para celebrar sus ritos. Se han encontrado en el santuario grandes cantidades de huesos de restos de animales cazados uros,(especie bovina ya desaparecida) gacelas, jabalíes, ciervos, y otros traídos al lugar por estos grupos de cazadores-recolectores para alimentar a las personas que durante semanas se reunían para celebrar sus ritos.Tenían que celebrar grandes fiestas y posiblemente, según Klaus Schmidt, consumirían algún tipo de droga, o bailarían durante sus ritos. Las últimas excavaciones le han dado la razón. Arqueólogos han encontrado contenedores del tamaño de una bañera con enzimas que serían restos de cerveza. Los pilares parecen figuras humanas distorsionadas que recuerdan los cazadores alargados que pintaban los San en sus refugios. Las T simbolizan figuras antropomórficas estilizadas. Sus brazos esculpidos a cada lado acaban en unas manos que se dirigen hacia el vientre cubierto con una especie de taparrabos. Estas figuras humanas reunidas en Göbekli Tepe podrían ser emisarios de un mundo espiritual. Todos miran hacia el interior del círculo como si ejecutaran una danza. ¿Simboliza el templo el mundo de los espíritus al que viajarían en su estado de conciencia alterada durante sus ritos, el inframundo como lo llama Schmidt?

El santuario estaba en muy buenas condiciones porque no había sido destruido había sido enterrado de manera deliberada. Se sabe que en el año 8200 a.c. unos ocho cientos años después de ser construido, fue enterrado y abandonado y nada ocurrió en el lugar hasta 500 años después. Este hecho resulta intrigante. Pero es muy posible que, como ocurría con los San cuando pintaban, la construcción-desconstrucción del templo fuera en si mismo un acto religioso. Sino ¿Cómo reunir a cientos de individuos libres para un trabajo de naturaleza tan pesada y desconocido? No había esclavos, no había siervos, no había obreros. No existía el concepto trabajo o el concepto explotación. Tuvieron que reunirse cientos de cazadores recolectores del área para construir el templo. Una invención nueva desconocida hasta ese momento. Tuvieron que cortar las piedras en canteras cercanas, traerlas al santuario, manipularlas, esculpir los grabados. Estamos hablando de pilares de 5.5 metros de altura y 16 toneladas de peso. No podían ser un par de docenas de individuos los que hicieran el trabajo, pudieran ser hasta 500 personas según los expertos. Klaus Schmidt pensaba que la arquitectura y el arte de Göbekli Tepe no era posible sin organizadores y especialistas, en su opinión tendría que haber una elite que sacaría ventaja del asentamiento, pero los arqueólogos no han encontrado signos de áreas reservadas a gente rica, tumbas especiales o una gente mejor alimentada que otra. No hay indicios todavía de que la sociedad igualitaria de cazadores-recolectores hubiera sido sustituida por otra jerárquica, con jefes capaces de movilizar en su provecho propio a cientos de trabajadores; aunque pudiera estar empezando. Estos grupos de cazadores-recolectores no acumulaban y no podían mantener una clase separada de sacerdotes o artesanos especializados que se apropiaran de un excedente. No existía. Los organizadores podrían ser lo equivalente a lo que Kinahan llama los “científicos” de las comunidades de Namibia, los chamanes que por su conocimiento oficiaban los ritos entre ellos posiblemente “arquitectos” organizando la construcción del santuario, “chamanes” todavía no separados de la comunidad. Es más fácil suponer que el santuario hubiera podido ser construido desconstruido como un acto religioso. Sabemos que los San consideraban el acto de preparar las pinturas y pintar un acto religioso en si mismo. Si fuera así no se requeriría de una jerarquía, la gente no “trabajaría” mientras lo construía, estarían participando en un rito colectivo de carácter religioso. Sabían lo que era la religión pero no el trabajo. En Göbekli Tepe los círculos concéntricos eran de tiempo en tiempo enterrados y reemplazados por otros. ¿Necesitaban nuevos pilares y grabados para volver a producir la potencia espiritual que encerraban y que obtenían durante sus danzas y ritos y por esa razón decidieron primero enterrar los viejos círculos y construir otros nuevos y después hacer lo mismo con todo el complejo y construir otro templo en otro lugar después de enterrar el viejo? ¿No volvían los San a pintar o grabar continuamente para apropiarse de la potencia espiritual trasmitida por los espíritus con quien se habían comunicado en su trance?

De cualquier forma la decisión de construir un santuario fue una decisión revolucionaria. No fueron razones ecológicas lo que motivó la idea, o al menos no se ha encontrado cambios significativos en el medio ambiente en las fechas que empezó a construirse. Mostró una vez más la importancia que la creación de cultura ha tenido para la evolución. Göbekli Tepe es una prueba más de que la civilización ha sido un producto de la creatividad de la mente humana, cualidad heredada de nuestro ancestro común con el chimpancé. El asentamiento del culto acabó revolucionando la forma de vida de los humanos modernos de una manera que no tiene comparación con otras invenciones hechas hasta ese momento en la evolución del genero homo, ¿Quizá con el fuego y la cocina? Hasta la construcción de santuarios todos los humanos habían sido nómadas que recolectaban y cazaban; la decisión de empezar a asentarse fue probablemente la causa de la revolución agraria; no el efecto como se creía. Lugares como Göbekli Tepe dieron sentido a la introducción del cultivo de manera masiva. Se sabe que los grupos de cazadores recolectores se reunían para celebrar sus ritos pero el resto del tiempo lo pasaban aislados recorriendo el territorio en donde se abastecían de comida cazando y recolectando. La propagación de la agricultura, si la decisión de cultivar hubiese sido tomada por un grupo, dos o tres familias, hubiese tenido que ser mucho más lenta, en caso de prosperar, de lo que fue. El rápido éxito que tuvo, sólo se explica, si fue introducida de golpe y masivamente en un área relativamente grande. Hay indicios de que en diferentes lugares se venía experimentando desde hacía miles de años con plantas. Se han encontrado en las costas del mar de Galilea semillas en yacimientos ocupados hace 23.000 años pero con buen criterio no estarían seguros de sus ventajas; y si llegaron a plantarlas nunca dejaron la caza y la recolección. Estudios han demostrado que la agricultura no mejoró la alimentación ni ahorro horas para conseguir los alimentos. Se comía peor y se trabajaba más que cuando se cazaba y recolectaba. Lo que si consiguió fue, que hubieran muchas más personas viviendo juntas en peores condiciones, aumentando enormemente el tamaño de los grupos y su complejidad. Las aglomeraciones permanentes pudieron dar sentido al desarrollo de la agricultura, y a la naciente complejidad social extendiendo la separación que había entre hombres y mujeres, entre iniciados (adultos) y no iniciados (no adultos), entre los que aguantaban el trance y los que no, a otras esferas sociales; lo mismo ocurría con el poder y la posibilidad nueva de beneficiarse materialmente del mismo en detrimento de la comunidad. Los San parecen haber tenido mejor criterio al no asentarse y evitar la agricultura o la ganadería y seguir celebrando sus ritos de manera igualitaria garantizando el contacto con los espíritus sin intermediarios. Ya hemos dicho que Richard Lee, uno de los antropólogos que vivió con ellos cuando todavía eran cazadores recolectores, descubrió que empleaban menos tiempo en actividades de subsistencia que las primeras sociedades agrícolas. La decisión de cultivar tuvo que ser tomada por otros motivos diferentes a mejorar la alimentación y tener más libertad.

Klaus Schmidt sugiere que la razón de cultivar hubiera podido deberse a la necesidad de alimentar a los cientos de individuos que periódicamente se concentraban en el santuario o en otros similares posteriores. No hay duda de que el asentamiento fue anterior a la agricultura. Hay razones para considerar esta hipótesis seriamente. El ancestro salvaje del trigo moderno ha sido encontrado en las laderas de Karaca Dağ una montaña al noreste de Göbekli Tepe dentro del territorio que recorrían en busca de comida los grupos que visitaban el santuario. Esta proximidad sugiere que Göbekli Tepe es el centro del área donde el trigo fue domesticado y posiblemente el lugar en donde se inicio la revolución agraria. Los sumerios que vivían entre los ríos Eufrates y Tígris -considerada la primera y mas antigua civilización- creían que la agricultura y la ganadería habían sido traídas de una montaña sagrada. Klaus Schmidt asocia esta creencia con un mito que preserva una memoria parcial pero verídica de la revolución del neolítico. Una decisión de ese carácter explicaría su rápido éxito. Su difusión posterior vía imitación resulto extremadamente exitosa. La agricultura empieza a ser algo cada vez mas normal en la región desde hace unos 9000 años, un poco antes que Göbekli Tepe fuera abandonado; pudiera ser una de sus razones, una nueva religión emerge con los cambios socio-económicos. Los grupos de cazadores recolectores de h.moderno que vienen cazando y recolectando desde hace 300 mil años desaparecen sumergidos en las nuevas ciudades agrarias. Son revolucionarios que bajan de las montañas a los valles en busca de agua para cultivar transformado la vida humana. Se desarrollan nuevas tecnologías como la cerámica o los metales para satisfacer nuevas necesidades. Los ritos y danzas para curar enfermedades siguen pero ahora en templos en manos de sacerdotes. La medicina empieza a ser cosa de especialistas. Lo mismo que la comunicación con el mundo de los espíritus. Los intercambios de productos se empiezan a separar de las grandes reuniones religiosas y nace el comercio. Para bien o para mal se crea un excedente y la lucha por ver quien se lo apropia empieza. Se erigen grandes templos y torres donde se celebran los ritos de las nuevas religiones. Se construyen grandes muros y murallas para protege la riqueza que la agricultura y el comercio han generado. Aparecen sacerdotes que además de dirigir los ritos que conectan al mundo tangible con el espiritual, organizan la construcción de templos y fortificaciones, dirigen el trabajo agrario de sus fieles, organizan la vida en las ciudades, cuidan que haya agua para los cultivos, e inventan la escritura que registra su actividad y alimenta su vanidad personal en inscripciones que dan cuenta de lo que se construyo bajo su poder y sobre todo apuntan el tamaño de las cosechas y como se reparten. La religión que ayudó a unir personas empieza a separarlas. Una casta religioso poderosa empieza a nacer apropiándose del excedente. La lucha de clases aparece pero eso es otra historia.

 

II

Antes de llegar a la comunidad de Makuri nos hemos quedado dos veces atascados en la arena del Kalahari. Por el estado del camino no deben transitar muchos vehículos. Cuando llegamos un grupo de mujeres esta bebiendo té junto a un fuego de leña a la puerta de una de las cabañas. N´aice Kagese ha salido a recibirnos fuera de la cerca. Casi no nos da tiempo de bajarnos del coche. Trabaja en Tsumkwe y ha venido a visitar a la familia. Quiere asegurarse un viaje de regreso a la ciudad para él y su mujer. Tiene su nombre inglés: Rudy. Es un hombre bajo de complexión fina, con su piel relativamente blanca si la comparas con los hereros, sus ojos ligeramente rasgados y el pelo rizado. Viste una camiseta desgastada de color azul y un pantalón vaquero. Después de los saludos, le damos unas naranjas y unas bolsas de azúcar para la comunidad; cumplimento que acepta.

N´aice Kagese es un ju/´hoansi, como se conoce a los San de la frontera entre Namibia y Botswana. Grupos de cazadores recolectores viven en esta parte del Kalahari desde hace al menos 40 mil años, 30 mil años antes que grupos de cazadores-recolectores decidieran asentarse en Göbekli Tepe pero también vivieron cazando y recolectando durante muchos milenios después de que ocurriera. Todavía mantienen un territorio propio de 46 mil kilómetros cuadrados de sabana. Llamaba la atención que estos grupos continuaran moviéndose en su territorio cazando y recolectando diez mil años después del primer asentamiento humano cuando el hombre ya había llegado a la luna. Era cómo un milagro que hubiese ocurrido algo semejante en un territorio tan grande. Habían ignorado olímpicamente la llamada al asentamiento. Makuri a penas tiene 40 años de existencia.

N´aice Kagese nunca ha vivido completamente de la caza aunque sigue cazando. La generación de su abuelo fue la última generación que lo hizo al cien por cien. Trabaja para Nyae Nyae Conservancy una organización establecida para proteger a los San y su forma tradicional de vida, o al menos eso dicen sus folletos. Lo “tradicional” esta en proceso de redefinición. No es la primera vez. Lo hicieron cuando llegaron los bantú con sus rebaños hace menos de 2000 años. La cultura San siempre ha sido algo vivo pero ahora parece enfrentar un duro desafío. Los ju/´hoansi están intentando adaptarse a una vida sin depender de la caza y la recolección sin tirar toda su cultura por la borda. En 1975 las autoridades sudafricanas entonces a cargo de Namibia prohibieron la caza. Fue un golpe mortal para su forma ancestral de vida. Pusieron una comisaría y construyeron una cárcel en Tsumkwe un lugar frecuentado entonces por grupos de San por su ojo de agua para implementar la medida. Luego trajeron soldados para combatir a los guerrilleros del SWAPO, el frente de liberación nacional y reclutaron a algunos de ellos. Los ju/´hoansi siguieron cazando clandestinamente tanto como pudieron. Tsumkwe es ahora una ciudad pequeña en donde se abastecen las 38 comunidades asentadas de los San que hay a su alrededor. En 1990 cuando Namibia derrotó al apartheid y declaró su independencia los San tuvieron que enfrentar un nuevo reto. El gobierno exigió a los San que se asentaran a cambio de reconocerles su territorio y permitirles de nuevo cazar si usaban su método tradicional, incluso les dio una pequeña ayuda económica para convencerles. Pero era un regalo envenenado porque es imposible sostenerse de la caza y la recolección sino puedes moverte siguiendo a los animales. Llega un momento que no hay que cazar porque los animales se han marchado en busca de agua a otros pozos. De cualquier manera no tenían otra opción que obedecer al gobierno si querían mantener su territorio amenazado, cada vez se hacía más pequeño por la expansión del ganado de los hereros, y aceptaron la propuesta del gobierno.

En Makuri viven cuatro familias cada una con su propia área de vivienda aunque se consideran entre ellos parientes. Son 35 personas aunque N´aice Kagese no contabiliza los niños que son numerosos. Hace apenas 40 años el grupo se movía constantemente. Un grupo podía visitar hasta 20 pozos de agua en la vida de un individuo. Sus “casas” no eran otra cosa que rompevientos construidos con hierbas y palos. Sus posesiones personales eran escasas; su cultura material muy simple. Poseían arcos y flechas, varas para excavar, contenedores fabricados con huevos de avestruz o pieles, instrumentos construidos en piedra, madera y hueso. Tenían algún cuchillo metálico o machete. Todo de poco peso y fácil transporte. Hasta entonces se habían negado a tener ganado o sembrar sorgo o mijo como habían hecho sus primos los Khoi. Pero las cosas habían cambiado desde que se asentaron en Makuri en la cercanía de un pequeño grupo de árboles baobbs, uno tiene más de 500 años, que se aprovechan de un ojo de agua.

Las cabañas en Makuri eran más que los rompevientos tradicionales, usaban laminas metálicas, pero seguían siendo precarias. Había pequeños huertos y habían construido una cerca para guardar vacas. Tenían también cabras. Tuvo que ser una decisión difícil la de ponerse a criar ganado. Las vacas, 55, todavía no las habían sacado a pastar cuando llegamos. Las sacan tarde para protegerlas de los chacales. N´aice Kagese dice que las han comprado por ellos mismos “poco a poco” sin ayuda del gobierno. No comen su carne, me imagino que no “pueden” hacerlo. Tiene que haber una barrera cultural para un pueblo de cazadores comer carne de animales con los que “viven”. Sólo comen la carne que cazan. Las vacas las ordeñan o las venden cuando necesitan dinero. “Todavía tenemos muchos gusanos para elaborar el veneno con que cazamos” decía N´aice Kagese. Había visto los cuernos y la piel secando de un ñu azul recién cazado. También cazan kudus y elands y a veces se atreven con jirafas. Todavía se procuran un poco menos de la mitad de lo que comen cazando y recolectando ellos mismos.

Los hombres se hacen cargo de las vacas. Son ellos quienes las sacan a pastar y las ordeñan. Las mujeres siguen recolectando pero tampoco dependen de sus paseos por la sabana. Son ellas las que atienden los huertos. Latas de conservas vacías había visto en donde caprichosamente tiran la basura junto a pozales de plástico agujereados y un colchón con los muelles al aire. No hay TV porque no hay electricidad. No tienen dinero para comprar un generador, el aparato o la antena parabólica. Son comunidades pobres que luchan para conseguir lo básico. Le pregunto a N´aice Kagese si siguen bailando la danza del trance. Me dice que sí pero tienen que traer al chaman de otras comunidades. “ Es muy doloroso sientes como se te clavan agujas en el estomago, empiezas a sacar mucosidades por la boca. Es algo duro. Y ningún joven de Makuri quiere pasar por ello” dice. Cuando lo necesitan van a buscar una curandera, una mujer a Ojokhea otro asentamiento cercano.

Sectas cristianas están llegando a Tsumkwe. No vi ninguna en las comunidades. Conté siete iglesias en la pequeña ciudad. Solo los bares son más numerosos. N´aice Kagese dice que atiende una iglesia “donde las ceremonias solo duran dos horas, no como la que van los negros que se pasan horas y horas tocando los tambores”. Llama la atención el número de iglesias y bares porque sólo hay dos tiendas y una gasolinera. Hay también un internado y una escuela para los niños de las comunidades que no visite; aunque dicen que tienen muchas deficiencias. En la zona de Tsumkwe viven alrededor de 900 ju/´hoansi adultos. No se porque no incluyen a los niños cuando cuentan la población que por lo que vi en las comunidades son bastantes. Tsumkwe esta en manos de hereros y damaras que se están aprovechando de la destrucción de la vida tradicional de los San. Los “negros” como les llamaba N´aice Kagese están inundando de alcohol el lugar. Saben que vender cerveza tradicional es un buen negocio. Es fácil aprovecharse de los San que apenas comienzan a familiarizarse con la vida en la “ciudad”. La venta de alcohol esta prohibida en las comunidades pero no en Tsumkwe. En uno de esos bares propiedad de un damara tres mujeres San bailaban borrachas con jarras de plástico llenas de cerveza tradicional en las manos. Las grabadoras de los bares sonaban a todo volumen.

En Whindhoe Jhon Kinahan nos había dicho que los indices de criminalidad en Tsumkwe son de los más elevados de Namibia. Sus causas una mezcla de pobreza, frustración con la nueva forma de vida y alcohol en abundancia. Los San que han dejado las comunidades están encontrando dificultades para adaptarse a su nueva forma de vida. No encuentran ayuda. Son víctimas de graves problemas sociales. Los niños no van a las escuelas. Embarazos adolescentes. Falta de empleos. ¿Donde quedaba esa sociedad armoniosa e igualitaria que habían retratado los Marshall a mitad del siglo pasado? ¿La honestidad y la gentileza que encuentras todavía cuando tratas con ellos en sus comunidades? ¿Fue el primer error humano dejar de cazar y recolectar para cuidar ganado y cultivar la tierra asentados en ciudades?

Small Boy es un guía local. Es un poco más fornido que lo normal. Los San suelen ser delgados y Small Boy a pesar del nombre no lo es. Fue uno de los tres San que fueron a Francia, a la cueva de Pech Merle en Mediodía-Pirineos a averiguar-lo hicieron exitosamente- a quien pertenecían unas huellas humanas de hace 15000 mil años. Los San siguen siendo uno de los mejores rastreadores que existen. Los militares del apartheid los usaron contra los guerrilleros de la liberación nacional. Nos ha prometido llevarnos a una caminata recolectando la sabana. Su comunidad Mountain Pos ha sustituido la caza por el turismo aunque todavía se alimentan la mitad de las veces con lo que cazan y recolectan por ellos mismos como en Makuri. “Cuidar vacas no nos gusta” dice Small Boy como si hubiera leído mi pensamiento. Ha organizado un grupo de 11 personas de la comunidad entre hombres, y mujeres. La experiencia es similar a la de Botswana cuando caminamos con otro grupo de San cientos de kilómetros al sur. Los hombres llevan arcos, flechas y pequeñas lanzas. Las mujeres barras de hierro. El sol pega fuerte en la sabana del Kalahari, caminamos unas horas, aprovechando sendas abiertas por animales, lo hacemos entre matorrales, arbustos y pequeños árboles que no dan sombra. Cuando encontramos algo de interés nos paramos y alguien del grupo empieza a cavar. Algún melón esta tan profundo que hay que excavar hasta medio metro. Se ponen contentos cuando encuentra alguna planta especial. La cortan y la guardan en un hatillo que han confeccionado con pieles, las mismas con que se protegen del sol. De regreso le pedimos a Small Boy que nos enseñe la nueva comunidad. En la mañana hemos empezado a caminar desde un campamento tradicional construido para enseñar a los turistas. Se resiste. A la industria turística le gusta enseñar no como son las comunidades hoy, sino como lo fueron. Cómo si quisiera que ese mundo de caminatas en la sabana no se extinguiera. Han optado por el romanticismo para sacar unos dólares.

De cualquier manera consideraba una suerte inmensa caminar por el Kalahari en busca de plantas y comida escuchando los chasquidos de la lengua más vieja que se habla en el planeta. Hasta hace solo 11 mil años nuestra especie durante decenas de miles de años dependía del éxito de caminatas similares en diferentes nichos ecológicos. Veía a los San cómo una cápsula viajando en el tiempo que por accidente había sobrevivido. Una cápsula que – me parecía una desgracia- estaba desintegrándose aceleradamente al entrar en contacto con la globalización de la que yo formaba parte. Sabía que todo lo que somos había empezado en estos paseos en grupo buscando comida en la sabana hace 6 millones de años, cuando nuestros ancestros empezaban a bajar de los árboles de la selva húmeda, atentos para evitar los ataques de los depredadores. Había visto antes a los gorilas de las montañas de Virunga caminar agachados los bosques de bambú en busca de su comida, a los chimpancés de la selva húmeda de Nyungwe caminar apoyándose en sus nudillos entre los árboles de la selva buscando frutos. Ahora veía a los hombres modernos de la sabana de Tsumkwe erguidos de pie con sus herramientas en sus manos liberadas, los bebes atados a la espalda de las mujeres, caminar en fila india entre las matas del Kalahari en busca de melones y raíces. Era una forma de vida que grupos de gorilas, chimpancés y homínidos habríamos heredado de un ancestro común, y que ancestros humanos más recientes de nuestro linaje la habían ido adaptando a las condiciones que imponía la naturaleza exitosamente hasta el punto que habían sido capaces de mantener estos paseos ininterrumpidamente durante dos millones de años hasta los tiempos que el hombre viajaba en el espacio. Ahora en el Kalahari conociendo la agonía irremediable que sufre esta ancestral forma de vida agradecía el esfuerzo de los San por mostrarnos a los viajeros lo que fuimos alguna vez aunque lo hicieran a través de un espejo roto que desfiguraba cualquier imagen de lo que fuimos.

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