Texto Mark Aguirre Fotos Nayeli Lasheras Maas

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Los glaciares de Calafate
Seba es un hombre jóven y dinámico. Gestiona el pequeño hotel en donde me alojo en Calafate y todavía tiene tiempo para conducir un taxis. Apenas he llegado y ha organizado una navegación para ver glaciares y una caminata por el Perito Moreno. Se maneja por el torbellino de los dólares, hay una dócena de cambios diferentes, como un auténtico maestro. La diferencia en pesos argentinos puede ser enorme de un día para otro. Me aconseja pagar siempre con dolares en efectivo. Tanto el dólar oficial como el más favorable que usabamos los turistas cambiaban de precio cada día. “Es como sobrevivimos los argentinos”, dice. Es crítico con el gobierno. “Aprovecha cualquier oportunidad para devaluar”, pero todavía es más crítico con el anterior gobierno de Macri, “aunque los dos tienen algo parecido. Ahora y antes sino haces nada para estar a flote te hundes. No puedes descansar” continua riendo.
Seba es de un pueblo al sur de la provincia de Buenos Aires. Llegó a Calafate atraido por la industria del turismo como les ocurrió a otros muchos jóvenes. Su idea era trabajar unos años juntar un dinero y volver a su lugar de origen a estudiar o montar un negocio. Pero Seba cambió de idea y se quedó a vivir en la Patagonia.
El viaje a Puerto Bandera de donde sale el barco nos llevó algo menos de una hora. Está en el Lago Argentino. Hay casi 50 glaciares en un radio de 50 kilómetros desde Calafate. La Patagonia es uno de los lugares con más agua dulce del planeta. Durante el trayecto pregunté a Seba si todavía quedaba algún vestigió de la población originaria en la zona. Me cuenta que en los 10 años que lleva viviendo en Calafate solo ha visto a un tehuelche. Había perdido su lengua pero vivía como ellos. Siempre andaba a caballo cubriéndose con una capa, nomada dormía donde podía, cuando lo necesitaba trabajaba en empleos temporales. Su vida era la estepa. “No he conocido a otro”, dice.



La navegación hacia el glaciar Upsala nos llevo varias horas. El color del agua era azul. Los tempanos de hielo que lo alimentaban eran agua de la lluvia congeladas. Estaban libres de sedimentos cuando se formaban. Varios glaciares pintaban de blanco las últimas estribaciones andinas. El barco paró en un atracadero para recoger algunos pasajeros. Aprovechamos para estirar las piernas. Uno de los guías explicó que había vacas salvajes en las laderas que subían desde donde nos encontrabamos. Eran descendientes de un intento de convertir estos bosques en territorio ganadero. Había sido relativamente fácil traerlas en barcazas y soltarlas en las orillas. Pero no ha ocurrido lo mismo para sacarlas. Cuando crearon el parque nacional algunas quedaron perdidas. Ahora sus descendientes se comen las hojas y ramas de los árboles nuevos poniéndo en peligro la reprodución del bosque. Quieren sacarlas pero el coste es enorme. A medida que nos acercabamos al Upsala aumentaban los tempanos de hielo de un blanco azulado. La patagonia es una fábrica de agua dulce. El viento humedo siempre soplando del Pacifico es acompañado por nubes formadas en el oceáno. Al atravesar la cordillera andina la lluvia se transforma en nieve. Un fenómeno que ocurre la mayor parte del año. La nieve nueva comprime a la nieve caida anteriormente formando glaciares. Estos se mueven y cuando acaban se rompen formando lagos y ríos que llevan el agua a los primeros bosques patagonicos y después a una estepa humeda donde crecen pastos. Los tempanos eran creados en su ruptura. El Upsala se veía inmenso. No nos acercamos demasíado. Las autoridades no lo permitían después de que una avalancha destruyera un pequeño muelle y un par de edificios en donde solían llegar los barcos. Pero si pudimos acercarnos a un poderoso tempano que navegaba a su suerte. El glaciar está claramente en retroceso. En los últimos veinte años ha perdido más de cinco kilómetros.


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Al día suguiente visitamos el glaciar Perito Moreno donde teníamos contratada la caminata. Está también sobre el lago Argentino pero podíamos llegar por carretera desde Calafate. Era imponente su visión desde las sendas de un mirador construido a proposito para los visitantes. El glaciar tiene varios kilómetros de ancho y 60 metros de altura. Esperabamos con ansiedad que se rompiera para ver los bloques de hielo desprenderse y caer al lago. Ruidos como explosiónes lo anunciaban. Para llegar al lugar de la caminata tuvimos que tomar un barco que nos acercó a la pared del glaciar. Después de dejarnos a un lado de su cara norte nos proporcionaron grampones y emprendimos la marcha. Se creía que el Perito Moreno a diferencia del Upsala y los glaciares colgantes estaba estable y no retrocedía a pesar del cambio climático. Había la esperanza de que muchos de estos glaciares de la Patagonia no fueran afectados por el calentamiento global. Pero nuestro guía estaba muy preocupado. En unos años la cara norte del Perito Moreno había retrocedido 100 metros. Al principio pensaron que era algo temporal pero ahora piensan que su retroceso puede ser debido al aumento de temperatura que conoce el planeta. Si fuera así los glaciares de la Patagonia habrían entrado en un época de retroceso creando una situación incierta para el ecosistema.
Seba nos aconsejó ir a El Chaltén y subir a la base del Fitz Roy. Esta al norte a dos o tres horas de Calafate en autobús. No he visto durante el trayecto una sola industria. Parece que en la zona todo el mundo trabaja directamente o indirectamente en el turismo y sino, eres un gaucho o un guardaparque. El Chaltén es un campamento de montañeros y escaladores pero en vez de tiendas de acampar hay hoteles, restaurantes y comercios. Tanto es así que tienes que registrarte al llegar en la oficina del parque y pedir permiso para algunas excursiones y escaladas. La subida a la base del Fitz Roy te lleva todo el día. El mayor obstaculo que encontramos fue el viento que sopla con fuerza a medida que te acercas al final pero merece la pena subir. El paisaje es extraordinario. Es curioso que el monte tenga el nombre del capitán ingles del Beagle el barco en que viajo Darwin a la Patagonia. Parece que se debe a Perito Moreno el explorador argentino que mapeó la zona y representó a Argentina en las negociaciones con Chile para delimitar las fronteras patagónicas. Fitz Roy que mapeó la zona bajo pedido de los intereses británicos ayudó a Perito Moreno frente a los negociadores chilenos. Perito Moreno quiso agradecerselo y nombró la montaña en su nombre. Hemos conocido a Nahuel en un restaurante. Trabaja en uno de los hoteles. Había llegado a la Patagonia desde Salta con la idea de trabajar unos pocos años y regresar a su tierra. Pero como Seba, se ha quedado a vivir y dice que no tiene ninguna intención de dejar el Chaltén. Tiene el proyecto de abrir su propio restaurante. “No es el dinero que gano o las oportunidades económicas que ofrece el Chaltén por lo que me quedo. Es la forma de vida lo que me gusta. El aire, el agua, la comida están limpios sin contaminación. La tranquilidad que hay es única. Puedes dejar una bicicleta sin candado por dos o tres días que nadie te la robará. Existe un espíritu de comunidad que no hay en otro lugar”, decía.

